
La versión original de este artículo fue publicada en inglés en www.garlandmag.com. Puedes leerla aquí.
Nadie da en palabras, ni la flor, ni la fruta exótica… y aprender, solo es recibir, cuando en Puerto Rico me alabaron la pomarrosa, tampoco entró por mi boca el bocado oloroso ni crujió entre mis dientes. Es la voluntad de Dios que cada fruta y cada flor sean iniciaciones directas. «Saberlas» quiere decir aspirarlas y morderlas.
Extracto del Recado sobre el copihue chileno por gabriela Mistral
En 2013 me mudé de Berlín a Santiago de Chile, un cambio que en broma categorizo como un movimiento de un planeta a otro. Soy originaria de Puerto Rico y, además, he vivido en los Países Bajos y México. En cada uno de estos lugares viví al menos un año y hasta nueve años, como fue el caso de Alemania. Estos no eran solo lugares distintos con otras culturas, sino también climas, geografías y paisajes bastante diferentes. Dondequiera que iba, las plantas estaban allí, siempre en el rango de la visión periférica, pero a lo largo de mi vida han ido captando poco a poco el centro de mi atención. Era una novedad para alguien como, originaria de trópicos de eterno verano, que las plantas, tan aparentemente inmutables, en estos nuevos lugares señalaban los cambios de estaciones. Aprendí que si te acercas, agudizas tu ojo, ralentizas tus pasos, ellas se revelan no tan calladas como uno hubiera pensado. A pesar de haberlas desterrado simbólicamente al margen de nuestras vidas, estas personas no-humanas, como he aprendido a conocerlas, nos brindan prácticamente todo lo que necesitamos para sobrevivir y prosperar. Son fantásticas maestras, después de todos nos aventajan en la Tierra por tan solo cientos de millones de años, adaptándose a su contexto, en un flujo implacable, y mostrándonos sus caminos, si solo les prestáramos más atención y comenzáramos a verlas como nuestros parientes. No seríamos nada sin ellas. Cada región climática presenta expresiones diferentes de lo vegetal. Quizás esto me dejó la certeza de que no podría seguir haciendo las mismas joyas en Chile que había estado haciendo en Alemania. Nuevo lugar, nuevas lecciones que aprender, nuevas necesidades de adaptación y expresión. Así, el Atlas Botánico de Chile en Joyería surgió de mi propia necesidad de integración en una nueva geografía y, en consecuencia, en un nuevo paisaje vegetal. Un esfuerzo que podría entretejer mi historia personal de migraciones, la relación entre humanos y plantas y mis preocupaciones sobre nuestra existencia. Históricamente la flora chilena ha encendido la fascinación de viajeros y científicos. Esta tierra se considera una isla geográfica, aislada al este no por el mar sino por la Cordillera de los Andes. Su forma inusual, una franja estrecha que parece estar formada por norte y sur, pero desprovista de este u oeste, constituye un catálogo exhaustivo de la mayoría de los climas imaginables, excepto, curiosamente, el que identifico como mi Hábitat: Chile no tiene regiones tropicales. En palabras de la poeta Gabriela Mistral: “Los geógrafos llaman Trópico Frío a la región y, aunque el mote sea contradictorio, corresponde a esas verdades que llevan cara de absurdo: la australidad chilena es húmeda y helada; pero se parece al trópico en la vegetación viciosa y en el vaho de vapor y de aroma». Por lo tanto, un estudio de esta nueva flora me pareció tan exótico y emocionante como podría serlo para un nativo de los trópicos. ¿Cómo pueden las plantas sobrevivir y prosperar en la región más árida del mundo, el desierto de Atacama? Además, «trópicos fríos», ¿de qué están hablando? Estaba claro que las plantas chilenas tienen mucho que enseñarnos sobre sobrevivencia y adaptación. Para este viaje, hubo que realizar una serie de cambios semánticos. En Chile, los estudios botánicos que sentaron las bases de la disciplina, fueron realizados durante los siglos XVIII y XIX por hombres blancos europeos, a través del lente de la ciencia, como el ilustre Claudio Gay, fundador del Herbario que luego se convertiría en el Museo Nacional de Historia Natural. Esta «historia oficial» hace la vista gorda ante las disciplinas botánicas ancestrales de los pueblos originarios, una gran cantidad de conocimientos acumulados a lo largo de milenios.
¿Cómo se ve afectado un acercamiento al reino vegetal cuando nos encontramos en el siglo XXI visto a través de los ojos de una artesana mulata caribeña? ¿Podrían estos cambios proporcionarnos pistas que arrojen luz sobre el laberinto en el que nos encontramos?, un nudo en el que estamos continuamente presionados para adaptarnos a los peligros ambientales, la amenaza de las economías extractivistas, la injusticia social y un empobrecimiento acelerado de tantas áreas de la vida, a pesar de la creciente riqueza material. ¿Cómo influye eso en la práctica de los objetos que hacemos? ¿Qué le sucede a un atlas, ampliamente interpretado como una visión funcional de nuestro mundo circundante, cuando se hace un cambio de una colección de imágenes presentadas en forma de libro a una colección de objetos artesanales que intenta describir realidades, mientras que simultáneamente nos lleva a nuevos territorios? entí la necesidad de intentar un acto reparatorio valiéndome de la integración de disciplinas, tiempos, espacios, miradas y seres para dar respuesta a estas inquietudes. Este viaje me llevó a investigar y cuestionar mucho sobre cómo nos vemos a nosotros mismos frente a lo vegetal, incluso más allá, la Naturaleza con letra mayúscula. La misión se convirtió en terreno fértil, en un intento por cerrar las brechas entre el arte, la artesanía, la ciencia, los conocimientos ancestrales, la ética y la historia. Desde el principio tuve la noción de que los resultados del proyecto eran parte de algo más grande que sólo un ejercicio de producción, haciendo justicia al ámbito artesanal, reducido a una industria de productos para la comercialización. Haría falta documentar los procesos y contextualizar las piezas dentro de una presentación que cierre el círculo en torno a las múltiples reflexiones nacidas a lo largo del proceso, este proyecto pretende convertirse en una oportunidad de aprendizaje y luego en una herramienta para transmitir los conocimientos adquiridos, a través de los objetos, y su proceso de devenir y las muchas ramas del pensamiento que han suscitado. Para esta aventura recluté la colaboración de la artista María José Rojas, cuyo propio trabajo reflexiona con gran sensibilidad sobre lo vegetal. Su guía ha resultado esencial para el desarrollo de este Atlas. Después de mucho dibujar, leer y conversar, hubo que hacer objetos.



Semilloides
Todo origen está impregnado de infinitas posibilidades, y así llegaron los semilloides. En el banco, cuando todavía no estaba segura de dónde debería comenzar el viaje, le di a mis manos la oportunidad de calentarse en la técnica con la que me propuse trabajar, la cera perdida, y pensé en un conjunto simple de reglas para partir, una metodología cruda de geometrías hexagonales, perforaciones y cortes, que me recordaban tanto a los patrones naturales como a la joyería
tradicional: las geometrías del engaste en pavé. Las variaciones florecieron en diferentes expresiones de lo que llamo semilloides. Estas piezas no representan especies específicas, pero tienen un carácter básico que habla de formas orgánicas y de vida. Recuerdan a semillas, vida marina, flores, seres microscópicos. Su falta de especificidad y su aspecto abierto son cruciales para su ser. La semilla se convierte en metáfora de enorme potencial de vida y capacidad de transformación. Es un punto de partida con posibilidad de ramificarse en innumerables direcciones, cada rama es un camino imaginado, un paseo por un universo. El semilloide es una cápsula de potencial creativo y regenerativo que contiene una vasta y arcaica energía. Una energía tan poderosa y generosa, capaz de curar y dotar al espectador de la posibilidad de crecer en cualquier dirección que él o ella pueda imaginar.




Alianzas Botánicas
Las Alianzas Botánicas son una serie de cinco anillos, cada uno empareja dos especies de plantas endémicas de varios hábitats chilenos:
Pewén • Copiu, la Araucaria, árbol sagrado del pueblo mapuche, y la enredadera del Copihue, tan bellamente descrita por Mistral;
Foye • Chilco. Plantas sureñas de gran belleza y significado espiritual;
Puya • Coquimbana para describir los paisajes secos y rocosos de Chile;
Quila • Pangue, plantas resistentes de gran utilidad tanto para la fabricación de objetos como para el sustento; y
Palito • Culcul, especies de helechos ancestrales que hablan de algunas de las plantas más antiguas de la Tierra.
Elegí las especies de forma intuitiva después de estudiar la morfología y el origen de las plantas a través de dibujos. Confié en mi mirada de extranjera y aventurera para elegir aquellas que destacan como seres de importancia cultural o biológica. Los anillos no solo sellan un pacto entre dos plantas, sino también con el portador, abrazando el cuerpo en un vínculo de reciprocidad con la naturaleza. Para este grupo, esculpí y modelé cuidadosamente la cera en piezas escultóricas y de gran formato. Su dimensión es notable y trabajada con gran detalle. Espero que esta serie de cinco se expanda e incluya más especies, así como que extender la idea a más atlases que describan otros territorios botánicos.

Balangandá Botánica
La penca de balanganda se basa en una tipología de joyería originaria de Salvador de Bahía, Brasil, similar al actual collar o pulsera de amuletos: una pieza central a la que se suman todo tipo de colgantes con un poder simbólico y talismánico. Fueron usados por mujeres negras esclavizadas durante finales del siglo XIX y principios del XX. La penca representa el encuentro de culturas entre África y América, las necesidades espirituales y los deseos de abundancia y prosperidad de las mujeres que las llevaron. Me atrajo esta tipología porque con frecuencia presentaba motivos botánicos y parecía tender un puente entre la joyería y mi propia historia y herencia: expresiones relacionadas con mujeres desplazadas o fuera de lugar y el poder de las joyas y las plantas para crear una nueva conexión con el lugar y expresar nuestros deseos más íntimos. La Balangandá Botánica reinterpreta esta tipología. Su carácter acumulativo era ideal para unir las técnicas con las que trabajé a lo largo del proyecto de forma experimental. Integré los semilloides y apliqué su geometría a la madera, trabajando con maderas autóctonas que recojo de retazos del trabajo de otros compañeros artesanos. Esta pieza funciona como una mezcla de conocimientos acumulados y recoge el concepto de posibilidades abiertas por su carácter aditivo, un plegamiento de tiempo, lugar e historias.
“Pero volvamos al“ aquí ”absoluto de la planta. No hay nada más difícil para nosotros que demorarnos pacientemente en el «aquí», sin fantasear con lo que está «allá», donde no estamos. Heidegger, por su parte, entendió la existencia humana precisamente como la posibilidad de “estar-allá” (es decir, no aquí, a pesar de la traducción literal de existencia, o Da-sein). Por implicación, consideraba que otros seres vivos, atados a la inmanencia del «aquí» y al presente puro, estaban fuera de la esfera de la existencia, ser afuera, que depende de un estiramiento temporal entre el pasado del arrojo y el futuro de la proyección (Heidegger 1962 ). La relación de la planta con el espacio, sin mencionar la del animal, testimonia la naturaleza problemática de esta suposición. Lo que necesitamos con urgencia es una elaboración del equivalente vegetal a la espacialidad existencial del Dasein; es decir, un análisis comparativo de nuestra construcción e interacción con el espacio habitado y una construcción e interacción paralelas en el caso de las plantas. ¿Cómo le dan sentido las plantas a los lugares que habitan? »
Extracto traducido de The place of plants: spatiality, movement and growth, de Michael Marder.
La naturaleza sésil de las plantas nos enseña mucho sobre cómo estar “aquí”, no era consciente de esto cuando comenzó el viaje. Sin embargo, en este “aquí amarrado”, he encontrado un espacio que prospera en la colaboración, la integración y la adaptación, donde tenemos mucho que aprender, si fuéramos lo suficientemente humildes, y quizás imaginar otros futuros más vegetales.
Este proyecto es posible gracias al generoso apoyo del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio de Chile a través de su FONDART nacional 2019, línea de artesanía en creación y producción.
Más
Mantente al tanto de las novedades del proyecto en @atlasbotánicojoyería en Instagram.
Lecturas recomendadas
Michael Marder, The Place of Plants: Spatiality, Movement, Growth
Michael Marder, The Sense of Seeds, or Seminal Events
Kimmerer, Robin Wall, Braiding Sweetgrass: Indigenous Wisdom, Scientific Knowledge and the Teachings of Plants. PENGUIN BOOKS, 2020.
Kimmerer, Robin Wall, Una Trenza de Hierba sagrada. Capitán Swing, 2020.
Lazo, Waldo. Viajeros y botánicos En Chile Durante Los Siglos XVIII y XIX: 2010. Bicentenario De La Independencia De Chile. Editorial Universitaria, 2011.
Mancuso, Stefano, and López David Paradela. El Futuro Es Vegetal. Galaxia Gutenberg, 2017.
Moesbach, Ernesto Wilhelm de. Botánica indígena De Chile. Museo Chileno De Arte Precolombino, 1999.
Sagredo Baeza, Rafael. La ruta de los naturalistas. Las huellas de Gay, Domeyko y Philippi. Max Donoso Saint, 2012